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Mostrando entradas de agosto, 2021

Desmoronarse

     Siempre imaginé que sonaría como un “crack”. O tal vez gritaría “amén” y podría reconocer que lo merecía. Pero, en una tarde fría de algún septiembre que trato de olvidar, más de una pared se vino abajo. Al salir de la habitación, traté de recuperar el aliento, y parecía que este se encontraba atascado en la cima de mis pulmones. Salí rapidito, porque no quería seguir viendo mis nervios y emociones fuera del cascaron. Ya no le daría ese permiso. Cuando esquivé la puerta y entré en la habitación que compartíamos, ésta se fue expandiendo y llenándose de toda luminosidad. Estaba solo y me sentí más pequeño con cada paso que erraba en el interior. Me quedé un ratito contemplando por fuera de la ventana y el sol radiante del atardecer me abofeteó. De un impulso, en lo profundo de mis entrañas, cerré los ojos y pude verlo todo con mayor claridad. Y las paredes de nuestra habitación parecían no encontrar límites. Todo yacía tirado por los suelos; los escombros y los años que

Inevitable

     Me sentí atraído, más bien impulsado, como si una soga invisible me estuviese empujando hacia el desastre. Si es que miro atrás, como en alguna clase de retrospectiva, diría que no hubo forma de evitarlo. Y antes de que nuestros mundos colisionaran por una última vez, pensé en todas las razones para no hacerlo. Sé que solo fueron cinco minutos en ida, de una habitación a la otra, sin embargo, parecía que estos cuatro años que pasamos juntos; risas, citas, peleas, desencuentros, abrazos y besos, eran simples momentos que iban a terminar con una sola conversación. Y pensé en la flor que me regaló mientras vimos el sol ocultarse tras el horizonte. También recordé las infinitas veces que sonreía al irme a buscar a la casa de mis padres, y un nudo se ató fuerte en mi garganta. Una parte de mí sabía que tenía que ponerle fin a la agonía. Se sentía casi como caer de un precipicio, al vacío, pero nunca dejábamos de caer. Una caída libre perpetua. Y ninguno de los dos merecía vivir a

Cartas pa’ seguir viviendo: Epílogo

     “Cómo estás” es una pregunta que acribilla en el aire. La verdad es… no sé si su propósito me reconforta. Siento que nada basta. Y no importan los esfuerzos que hago, porque si la realidad pudiese enfrentar tan maldito cuestionamiento, no estoy bien. Y eso está bien. Regocijado con mis privilegios, cada esfuerzo es otra munición que gasto, y aunque estamos llegando al final del túnel, pareciera que la oscuridad es perpetua. Y mi sanidad mental, la estabilidad que con tanto ahínco atesoro, se revienta. Pero descuida, estaré bien. De presente futuro. Embriagándome en té, escribiendo cartas que nadie va a leer, aprieto los dientes bajo la presión, pero me pregunto constantemente: ¿cuánto falta? Tal vez pueda aguantarlo. Llorando entre sesiones, respirando y volviendo a empezar, avanzo un poquito y doy dos pasos hacia atrás. Hago una pausa y me desmorono, abrazo a mis padres y, nuevamente, me quejo, porque puede que esto no tenga un desenlace oportuno. ¿Qué no hay mal que dure