Desmoronarse
Siempre imaginé que sonaría como un “crack”. O tal vez gritaría “amén” y podría reconocer que lo merecía. Pero, en una tarde fría de algún septiembre que trato de olvidar, más de una pared se vino abajo. Al salir de la habitación, traté de recuperar el aliento, y parecía que este se encontraba atascado en la cima de mis pulmones. Salí rapidito, porque no quería seguir viendo mis nervios y emociones fuera del cascaron. Ya no le daría ese permiso. Cuando esquivé la puerta y entré en la habitación que compartíamos, ésta se fue expandiendo y llenándose de toda luminosidad. Estaba solo y me sentí más pequeño con cada paso que erraba en el interior. Me quedé un ratito contemplando por fuera de la ventana y el sol radiante del atardecer me abofeteó. De un impulso, en lo profundo de mis entrañas, cerré los ojos y pude verlo todo con mayor claridad. Y las paredes de nuestra habitación parecían no encontrar límites. Todo yacía tirado por los suelos; los escombros y los años que