Los mensajes que callé: Consuelo.
Me habría encantado tener la clave; la palabra precisa, el gesto perfecto. Ese día estaba contento y no podía ocultarlo. Los colores rebosaban por las calles y las hojas estaban parlanchinas, contorneándose ante el resoplido del viento y podría haberme quedado eternamente escuchándolas platicar, dando vueltas, seduciéndome con su conversación, pero tu rostro, el recordar tu presencia me eclipsó la alegría y le dio el paso a la culpa. Sabía que esto se trataba de mí, de un sueño que llevaba albergado en mi corazón, no obstante, tu llegada, el cariño que creció entre los dos, totalmente inesperado, me impedía decidir por mí mismo y no considerar tus sentimientos. Te fallé. Y seguramente tenías pensado que la tarde la pasaríamos como siempre, comiendo chucherías antes de servir la once, riendo con los programas de televisión que compartimos, cuando sabes que me adelanto los capítulos, porque no puedo controlar esa ansiedad de saber lo que va a pasar. Y nos recostábamos sobre el si