Atormentado
Las horas desfallecieron, marchitas, cayendo lentamente sobre mis parpados cansados, sin poder conciliar el sueño.
Justo a la hora
de medianoche, ya cumplido un par de meses de tu partida, tal como ese
proverbio chino, resistí en el día los tres otoños que me hicieron extrañarte.
Quizá no debía
de haber sido ninguna sorpresa, pese a la paradoja de haber creado este
sufrimiento, más no quise sopesar la explicación y viví de un silencio no
querido hasta arribado el anochecer. Y qué tortura aguantar, casi sosteniendo
la respiración bajo el agua, tolerar el vacío de la cama que me fue desplazando
por toda la habitación.
Aunque te quise
culpar por el término de nuestra historia, la culpa no se hizo demora en
cautivar mis pensamientos y me quedé perplejo, varado del otro lado del espejo,
conteniendo las lágrimas que no dejaron de llover.
Sin duda, lo
más insoportable llegaba tras el ocultamiento del sol. Porque, tras un día
lleno de risas fingidas, fluyendo como reloj suizo, el mecánico hombre de hojalata
tenía que enfrentarse a la sombra de tu recuerdo, sin ninguna posibilidad de
huir.
Ahora que lo
pienso, tal vez me echaste una clase de embrujo al abandonar nuestro hogar. Te
imagino dando vuelta el cerrojo, mirando nuestra casa por vez última y recitando
un maleficio que de seguro querrías que durase mil años. Pero no, no es propio
de ti. Seguramente tu amor por mí lo haría rebotar. Porque esa malicia es
propia de mí. Perdóname.
Pero, bueno…
dime, ¿qué puedo hacer con todos estos recuerdos que no me abandonan? Con este
inmenso amor que siento. Ya que no puedo simplemente presionar un botón o
mandarlo todo a la papelera para eliminar esta vida que nos unió. Aun así,
quiero vivir recordándote como un castigo por traicionar nuestro amor.
Si tuviera la
oportunidad de conversar contigo, recostados sobre esta cama tan tuya como mía,
donde solíamos inventar soluciones pa’ este mundo infame y jodido, querría
preguntarte: ¿cómo seguir adelante? Porque, puede que mi cuerpo esté intacto,
que mis latidos sigan retumbando, pero siento que una extremidad se me ha
perdido. Que la he dejado ir. Entonces, ten la amabilidad de responderme, ¿cómo
podría continuar?
Y cuando la
noche burlona regresa, sigilosa como un ciclo sin final, atragantándome con
fantasías que nunca cruzarían el umbral de esta realidad, escucharé que el
portón nuevamente abre su cerrojo y entre las sombras se armará tu figura. Sin
ninguna dificultad se va a abrir la cerradura de la puerta de nuestro hogar y
yo correré por las escaleras como si el mundo se fuese a acabar, justo para
terminar el día con el beso y abrazo que tanto he anhelado desde nuestro final.
Sé que no debería
aferrarme a los recuerdos que solo me aprisionan, cuando cojo la camisa que
dejaste botada en la ropa sin lavar y aún puedo percibir tu aroma de agridulce
amapola. Y estoy seguro que tengo que exorcizar con palo santo para dejarnos ir
libres al valle del olvido, más no quiero que siga doliendo. Así que, voy a
cerrar los ojos hasta que venga a mí un nuevo día y pueda volver a sonreír.
Todavía no creo
que sepa cómo seguir adelante que pa’ tras ya dolió bastante. No obstante, si
resisto este día, y el siguiente, y el que venga después de ese, acompañado de
amor y armado de paciencia, voy a sobrevivir. Finalmente resurgir.
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