Shush...
A veces, solamente no hay forma de escapar.
Y corrí lo más
rápido que pude, esquivando la fragancia que me llevaría directo a la calle de
los recuerdos. Y no, no quiero que me malentiendan. Claro que me gusta
recordar, vagar de vez en cuando por esa calle que solo baja en espiral, más no
quise hundirme en un día tan bonito como el que mis ojos podían apreciar.
¡Mierda…!
¿Acaso no puedo tan solo tener un día para mí? Sin invocar la soledad que no
deja de caer como llovizna de verano, más sé que llegando el otoño debiese
terminar. Pero, ya no sé…
Y quiero estar
solo un ratito escuchando mi voz que va moldeando las ideas, dando vida,
dinamismo a mis pensamientos, y el día podría volverse un poquito más claro,
más sereno.
Luego, al
llegar y pararme frente a la playa, sacándome las zapatillas rápido pa’ que la
memoria no me alcance. Me acerqué lentamente, descubriendo la arena que se
sujetaba bajos mis pies. Y pese a que nunca me ha gustado que la arena se me
quede incrustada en el cuerpo, ese día solo importó el primer contacto con el
mar.
Antes de
lanzarme con los brazos abiertos a la incertidumbre, dejé que mis piernas
cansadas de huir pudieran recostarse sobre la arena y contemplativo me quedé
escuchando el graznar de las gaviotas, todas reunidas mientras el sol eclipsaba
su presencia tras las nubes.
Oír el vaivén
de las olas, cómo rompen al estrellarse contra las rocas, arrastrándose hasta
la orilla, es una maravilla, ¿no crees?
Cerré los ojos
y un montón de imágenes en blanco y negro invadieron mi mente, al parecer, sin
mi consentimiento. Pero, aun así, les di la oportunidad de regocijarse con mi
atención. Y se perdieron al instante que volví a abrir mis ojos y corrí, me
impulsé para lanzarme bajo la ola.
No hay
posibilidad de describir inefable emoción. Quietud, quizá. Lo que se siente
cuando estás bajo el mar. Se siente como estar suspendido. Ni el tiempo ni el
espacio tienen mayor importancia. Estás ahí, flotando. Lleno y vacío. Solamente
se puede sentir los latidos de un corazón delator tamborileando con fuerza, el
cuerpo vibrante y las ganas infinitas pa’ que me lleve la corriente, con los
brazos abiertos.
Los pulmones se
van quedando vacíos, sin oxígeno que pueda aguantar un braceo más. Y ahí te
encuentras un segundo, abriendo los ojos bajo el espejo, el reflejo del cielo,
entre el miedo y la oportunidad de continuar. No obstante, el impulso de vida
nuevamente es más fuerte y la superficie jala para volver a respirar.
Recuerdo que
cuando mi pecho se hinchó de oxígeno, un rayo de sol se coló por las nubes que
no dieron tregua y me acarició los cabellos ondulados, a medida que me seguía
maravillando con el graznar de las gaviotas que volaron, danzando sobre mi
cabeza.
Sé que no puedo
olvidar ni tampoco huir de estos sentimientos que me ahogan, pero merecía un
momento para mantenerme distante. Al menos, creo que lo merezco.
En tanto, las
gotitas de agua salada fueron escurriendo, derrapando por todo mi cuerpo, y me
quedé varado frente a la orilla del mar. Las personas siguieron orbitando
alrededor, como si siempre hubiesen estado presentes. Deportistas corriendo,
amigos tomando el té. Familias riendo y haciendo un picnic y parejas tomadas de
la mano, caminando por la orilla y de frente al atardecer.
Comentarios
Publicar un comentario