Promesa (Final)
El tiempo es relativo. No puedo dejar de sorprenderme con su paso, las consecuencias y los cambios, y como todo se va transformando. Aún contra la voluntad.
No es que lleve
la cuenta, precisamente, pero ya han pasado casi cuatro años desde que
terminamos y tres años desde nuestra última conversación. También ha pasado un
año y par de meses que te vi tomado de la mano con tu novio y algunas semanas
desde que alguien te nombró en alguna conversación.
No recuerdo si
fue una pregunta o una afirmación, pero, si mi memoria no me falla, lo podría
revivir y sentir nuevamente el sobresalto. Como un escalofrío, quizá. Cada que
escucho tu nombre, una ola eléctrica traspasa mi cuerpo, y me quedo varado, suspendido
sin más.
Solía sentirse
tan abrumador, como una especie de carga, un disparo certero, paralizado en el
espacio y sin la capacidad de continuar.
Y debo confesar
que, a veces, solo en ocasiones, es grato escuchar de ti. Saber que te han
favorecido los años, que estás enamorado y que en la vida te está yendo bien.
Pero, en otras oportunidades, pensaba que sería mejor que tú y el pasado se
fueran a la mierda. Lejos de mi conocimiento y realidad.
Juro que lo daría
todo pa’ ponerme contento con tus éxitos y la manera en que la vida te premia
por haber seguido sin miedos ni ataduras, pero, no es ningún misterio que nuestros
caminos son distintos y sinuosos. Espero no estar vagando en círculos.
Me encantaría poseer
ese corazón generoso que escondías bajo tu manga, porque, saber sobre tu vida
me hace cuestionar cómo es que ha continuado la mía y, aunque el tiempo pudiese
disculpar, creo que me sigo aferrando al final. Y tal vez esta sea una de esas
conversaciones con uno mismo, evitando enfrentar la tragedia y el terror que se
genera en ese diálogo, pero me cuestiono: ¿cómo es que me mido con los
parámetros de una vida que ya no es la mía?, desde que marcamos el punto final.
No puedo dejar
de pensar en lo mucho que nuestras vidas han cambiado, si errar realmente es
humano, y ojalá me pueda perdonar.
Abro los ojos
como deslumbrado, pensando que era inevitable, más bien, imposible que todo se
mantuviese pausado, reprimiendo el paso del tiempo y sus ineludibles
vicisitudes. Porque, después que finalmente tomó su cauce, me estoy dedicando
poquito a poco a apreciar más esta vida rebosante de luces, momentos y curvas.
Sé que fue
difícil dar el primer paso, igual que el segundo, ya que era inconcebible
continuar tras haber entregado el corazón y que este se devolviera en un sinfín
de pedazos, pero es parte del encanto, ¿no? Para disfrutar y celebrar es
necesario haber vivido en la penumbra, cuando parecía arriesgado el solo hecho
de levantarse de las ruinas. Terriblemente doloroso dejar ir y seguir viviendo.
Nada es para
siempre. Ni siquiera el dolor.
Entonces,
aunque no lo has pedido, en honor a nuestra historia, puedo prometerte que,
pese a lo desconocido que nos hemos vuelto el uno al otro, al cruzar la calle
te devolveré la sonrisa, esa misma que me regalaste cada día en la vida que
compartimos, hace algún tiempo atrás.
“Errar es
humano”, lo repetí. Qué estuve esperando pa’ comprenderlo, me cuestionaba,
mientras mis pensamientos caían uno sobre otro como piezas de un rompecabezas.
Y lo sentí por completo dentro del alma, porque ahora sé que el perdón no
podemos forzarlo y llega cuando más lo necesitamos. Por tanto, aquí y ahora
quiero hacer un manifiesto, un compromiso, que esta vida mía es digna de
vivirla, atesorando el espectro de sus sombras y los recuerdos más dolientes pa’
regocijarme con los colores que le acompañan y me hacen más valiente para amar.
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