9. Ensueño (final)

    Escucho el susurro del viento esconderse entre sus pestañas. La oscuridad se abrió para mí y sentí que caminaba sobre el aire de tus pensamientos. Deseé ir más lejos, pero me detuve a contemplar el tornasol de tus manos gentiles. Tan dulce y clarividente.

Pensé que jamás me había ido, aunque ya me había ido. Pero no tenía la razón, del corazón.

Las ramas de los árboles se abrieron de par en par, parándome en puntillas para alcanzar las raíces lejanas y tuve miedo. El pecho se me apretó. Cerré los ojos con fuerza, aunque el silencio me comiera con desgano, pero el espacio entre él y yo se hizo más y más corto, y más corto, que no lo pude sostener.

Vi como todo lo que estaba a mi alrededor, cada luciérnaga, cuervo, bestia me contemplaba como si fuera la más inhóspita de las maravillas. Paralizado. Atónito… ¿sin palabras? Sabía que debía continuar el camino, un sendero que me había estado reclamando desde tiempos inmemoriales, pero ¿debo hacerlo?

¡Anda, dame una razón! Dime que debo hacerlo, que es lo correcto, pero ¿qué es lo correcto?

Las rosas se encontraban dormidas, acobijadas entre sus pétalos tan finos y aterciopelados. Me sentí desfallecer. Y mi respiración se sintió como el cristal. Es que no puedo explicarlo, a menos que, al sentir tu tacto, todo caiga en pedazos. ¿Es eso lo que quieres?, ¿verme caer de a poquito? Uno por uno. Sin sentido y retorcido. Pese a que pido clemencia, pero esa es la sentencia, parte del destino que me ata como las raíces a la tierra. Así que, inhálame con desesperación para percibir tu reacción y, cada uno de mis sentidos, las fibras de mi cuerpo, los nervios de mi piel estarán alerta, expectantes que puedas pasarte sobre mi cabeza y librarte del camino.

Qué suerte de vestigio, junto a cada uno de los sonidos que me permiten escucharte sobre todo el ruido silencioso que me aprisiona. Y ahora me pregunto: ¿será tarde?, cuando las estrellas me sonríen y las rosas comienzan a bostezar, desafiándome, guiándome al claroscuro de la cima.

Y siento su presencia persiguiéndome. Paso a pasito, respirando tras de mí. Y quiero gritar toda mi vida, encontrarlo de frente y contemplarlo con cada beso temeroso. Estoy perdido.

Mi corazón comienza a tambalearse desesperado, tratando de encontrar el ritmo que se conecte con las bestias del bosque. Entonando una melodía que solo tú podrías reconocer. Pero, si esa melodía fuese para ti, ¿serías capaz de escucharla con paciencia? Si cada una de las palabras se fuese juntando como una muralla, ¿podrías derribarla? Porque tus pasos cercanos soplan fuerte. Invocas un huracán. Pese a que el cielo ruge y que todo se venga abajo, agito mis piernas, refugiado del destello de tus ojos.

Ya no tengo miedo. Estoy mezclado con la melodía, las rosas que despiertan, la muralla que cae sobre tu regazo. Porque el cielo sigue rugiendo con dolor, pero lo contemplo firmemente, dejándome llevar entero y completo. Así yace en mí la oportunidad de cada huella, del rocío que cae, que se lo lleva, que resurge desde la tormenta.

Me repito otra vez, para mis adentros, que no tengo miedo, que este cuerpo es inquebrantable, que mi piel es vulnerable. Liberando el corazón con cada lágrima. Porque, cuando todo se termine, voy a ir descubriendo el final. El punto en el centro. Ahí estás, dándome la mano y volando en pedazos sobre el infinito.

¡Despierta!, porque este es el día… el comienzo del fin.

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