Mi amor y yo: 1.02 La mente en el juego

    Desde pequeño he escuchado decir que el amor es un juego. Y ya nos lo cantaba la querida Amy, entonando una melodía melancólica que decía: “el amor es un juego perdido”. Pero, si el amor es un juego destinado a la perdición, entonces, por qué seguir intentándolo.

Juro que me encanta la forma en que tus labios dibujan una sonrisa como si fuese una obra de arte. Porque, cuando sonríes, de repente, el cielo se despeja y puedo sentir cómo un calorcito me va quemando desde dentro. Es una sensación que me abriga la piel que necesita de tu abrazo. También anima para que las mariposas emprendan el vuelo y revoloteen por mi barriga, haciéndome cosquillitas para que ría contigo.

¿Será solo un juego esto que siento? Porque, con esos labios danzantes, haces que mi corazón vibre con desesperación, esos mismos labios que acechan mis fantasías y me mantienen cautivo en un ensueño.

Cómo saber con certeza, que las acciones y estrategias que empeñas no son más que la partida de un juego de desafíos y apuestas. Y aunque ni en mis sentidos ni razonamiento pueda confiar, la lógica jamás será compañera para este sentimiento que se empeña en ponernos de frente.

Cuando te acercas, aunque solo sea para conversar, el pálpito del corazón se me acelera y, ahora que estás distante a mis caricias, siento los roces de cada una de los toques de tus manos juguetonas. Caricias que se deslizaron suavemente por mi piel buscando refugio y que no pude aguantar la risa de nerviosismo. Que pedí a gritos por una caricia tuya y, al parecer, leíste mis pensamientos.

Entonces, si el amor es un juego que declara a un ganador y un perdedor, por qué nos empeñamos en seguir jugando.

Aunque deba aguantar otro día lejos de tus abrazos, me siento desafiante, en medio del tablero de juego, así que, sigamos moviendo las piezas; a todo o nada.

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