Mi amor y yo: 1.11 Como la flor

    Sé que la vida sigue. Porque, aunque no queramos aceptarlo, paradójicamente, es parte de la vida.

En algún parque de antofa, nos sentamos sobre una banca y con mi abrazo le permití que volviese a respirar. El río restauró su cauce y se dejó llevar por las lágrimas que decidieron precipitar.

Frente a frente, traté de ser un espejo que pudiese reflejar su dolor, pero me rompí en mil pedazos.

La ansiedad nos quitó el aire, en la incertidumbre de saber que el tiempo se nos escapa y aunque tenemos las ganas, ya no podremos atraparlo. El dolor parece no solo inevitable, sino, insostenible y, pese a que alcanzamos momentos de alegría con un chiste o un abrazo, las heridas nos recuerdan en carne viva que todo se acaba.

¿Cuándo dejamos que el tiempo se nos escapara?

Me desespera reconocer que no hay paraguas que nos proteja de la tormenta que se nos avecina, o al menos un abrazo que aguante el dolor que no deja de corroer en las entrañas. Y ya sé que la vida es frágil, que todo se acaba, pero no puedo evitar sentir que no es justo, ¿sabes? Que la vida debe seguir creciendo, aunque sus pétalos se vayan marchitando con el pasar del tiempo.

Entonces, cómo lo hacemos, cariño, para evitar lo inevitable, porque cuando la vida se acabe, qué quedará para el resto de nosotros.

En fin, la vida es una sola y yo espero que quede suficiente de mí para vivirla.

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