Mi amor y yo: 1.12 Aro de fuego (Penúltimo)

    En casa, el silencio fue impuesto no solo para reprimir y quebrantar, para mí fue un pacto, un juego de supervivencia.

De chico me decían “el callaito”, porque estar en silencio, en modo estatua era una obra de arte. Podía quedarme quietecito por horas y tenía la convicción que nada malo pasaría. Gozaba de un poder, la capacidad de ser invisible y permanecer con vida, porque alguien más la querría y me la quitaría a puros golpes; con garras y dientes.

De pronto, me convertí en esta vasija que parecía vacía, pero albergaba toneladas de ansiedad y secretos. Porque, cuando sobrevives, siempre queda impregnada la incertidumbre; si mañana seguirá siendo igual de doloroso al respirar.

Mientras los años fueron cicatrizando, ocultarme y callar mis emociones fue vital. Una costumbre que me mantenía con vida, pero que no me dejaba celebrar ni disfrutar. Así fue como la oscuridad se cobijó cerquita de mí, creciendo en cada latido. Y pensé que me perseguiría hasta el final de mis días, pero lo rompí.

Tuve que elegir; entre seguir hundiéndome o vivir. Y me rompí.

Ya fue suficiente de permanecer anclado al pasado. Debía sanar el trauma; abrir la herida y dejarla inspirar y exhalar. Rompí el silencio. Grité todo lo que sentía, liberándome para siempre del dolor.

Y ahora que debo, que quiero expresar el sentir de este corazón latiente, camino por la cuerda floja, para atravesar el obstáculo que podría quemarme por completo, si es que estoy dispuesto (…)

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