Mi amor y yo: 2.01 Segundo acto
Recuerdo que, la primera vez que nos despedimos, pasamos toda la tarde deambulando por las calles, coqueteando bajo las sombras de los árboles, y me sentí completamente atraído al vaivén de tus labios.
Recuerdo
que ese día lucías una camisa rosa que resaltaba con delicadeza tus ojos pardos,
esos que me miraban sin descanso para que cayera rendido. Y debo confesar que
no opuse ninguna resistencia. Simplemente me dejé caer en ti.
Y
no quería que el día terminase. Porque, por más que le pedí al atardecer que
retrasara su llegada, este flotó sobre nuestras cabezas y fue hora de decir
“hasta pronto”. Y Supongo que por eso me enredé en tu abrazo y susurré
ligeramente “No me olvides”. Lo sentí, realmente.
Mientras
vivo a cientos de kilómetros, me pregunto: si el pedacito de corazón que
deslicé sobre tu cuello te habrá cautivado. Esperaba que pudiese florecer lo
bastante fuerte para mantener vivo este sentimiento que arde dentro de mí. O
quizá que se enrede lo bastante fuerte hasta volvernos a ver.
En
los días que siguen, el sentimiento se mantiene apaciguado y, durante las noches
de soledad, arde como mil soles.
Quisiera
decirte que no siento nerviosismo ni angustia sobre lo que pudiese pasar entre
tú y yo, porque, sentir esto que siento, cuando pienso en ti o en el solo hecho
de estar juntos en la misma habitación, suavemente me envuelve.
Comentarios
Publicar un comentario