Los mensajes que callé: Hipócrita.

Hermosos rostros, emparejados, me persiguen y atormentan. A veces quisiera desviarles la mirada, y no porque tenga miedo a petrificarme ni a que pueda ceder a la nostalgia o al anhelo, simplemente quiero plantarles cara y nadar contra la corriente.

No es sobre ser fuerte ni de esos ideales vacíos de amor propio que solo llena la copa rota de una fiesta de lástima sin fin, sino para darle una oportunidad a esa parte solitaria que me seduce, que han apuntado con el dedo.

No dejan de agobiarme con sus buenos deseos y que luego encontraré mi amor verdadero, me tienen hastiado.

Grito para mis adentros, porque no quiero embarrarles la fiesta. Así que, salud. Sigan con sus intenciones y deseos más sinceros, embriagándose con todo lo bonito del universo.

Yo también pensé que era mi sueño; pintando las vallas blancas, dibujándome una sonrisa tonta en la cara, pero ¿en qué pensaba?

Creí que era mi anhelo, pero, tal vez, todo fue solo un sueño dentro de un sueño.

Y puede que suene paranoico, pero juro que esos hermosos rostros, divagantes, se están burlando, creyendo que lo tienen todo resuelto, el misterio, y que tras un “felices por siempre” la cortina se va a cerrar y el anuncio de “El fin” todo lo soluciona. Pero no será así, el fin. Porque, tras el término solo viene un nuevo comienzo.

Entonces, dime, cuál es el propósito. Si todo tuviera sentido, cómo es que yo no encajo en la incógnita de este misterio que todos parecen resolver.

¿Acaso es porque mi corazón está duro y no sé cómo amar? Mi afecto pesado como concreto que no me deja avanzar.

Y contemplo esos rostros hermosos, los mismos a quienes se les regala la felicidad, y aunque mis plegarias no se oigan y mis cartas no responda, me quedo solito en silencio, con la soledad ronroneándome sobre mi regazo.

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