Los mensajes que callé: No tengo palabras que decir.

Sé que es una decisión que nos rompe el corazón, pero, aunque obliguemos a las canciones, los buenos deseos y las plegarias para acompañarnos, no podremos evitar la marcha fúnebre.

Podría mentirte y decirte que nunca me había sentido así. Que nunca me habían amado, al desnudo, sin caretas ni dudas, pero hoy no te quiero traicionar. Porque lo nuestro es un amor diferente, ese que brota desde la nobleza, en los intersticios de las sombras, esa misma oscuridad que nos acoge cuando los días se vuelven difíciles, casi imposibles, pero seguimos de pie.

Ya no encuentro otra alternativa.

Sin embargo, no puedo ser tan pueril y negar que el amor también duele. Y no solo cuando no es correspondido, sino que duele cuando amas tanto, pero no lo puedes expresar.

El mundo se vuelve hostil, como si fuera un virus que las defensas deben atacar. Y estás contagiado, apartado, como si fueras el único hombre en el mundo, y yo no quiero estar a salvo de esta enfermedad que compartimos.

Me niego profundamente a apartarme de tu lado, pero debo hacerlo.

A veces quisiera una vida simple como la que imaginamos, tu dándole de comer a los pollitos y yo jardineando en el invernadero, luego vería tu sonrisa desde lejos, invitándome a tomarnos un tecito en nuestro pórtico. Y pasaríamos el resto de nuestros días viviendo nuestra mejor vida, amándonos hasta el infinito. Qué bonito, ¿no?

Pero sé que es solo una fantasía. Un sueño que voy a atesorar en los inviernos de mi vida, los más viles y despiadados, cuando ya no me quede la esperanza de un mejor mañana, y pensaré en ti como el anhelo que me salvó del abismo.

Espero que entiendas que tengo que amarme más a mí mismo y de corazón espero lo mismo para tu camino.

Adiós, mi amor.

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