Los mensajes que callé: Prisionero de tu silencio.

Solía pensar que nuestro amor sería para toda la vida.

No sé lo que ha pasado en los últimos años. Creí que la emergencia me haría correr hasta tus brazos, como en momentos de antaño, cuando no podía dormir y te necesitaba a mi lado, sin canción de cuna ni cuentos antes de dormir. Pero solíamos contar historias en medio de la oscuridad, sombras de nuestras vidas que danzaron a nuestro rededor, y jamás nos atraparon. Hasta ahora.

A veces quiero violar el silencio, corromper la maldita distancia que nos separa y preguntarte el “Por qué”. Saber sobre la razón de esta lejanía que me transforma en una isla a la deriva. Y se supone que ningún hombre es -una porción de tierra rodeada por todos lados-, pero ¿yo sin tu amor? Soy solo un pedazo de suelo sin dueño, perdido en un mar sin respuestas.

¿Y qué pasa contigo? Y es que parece que también te has adueñado del silencio o te has vuelto su prisionero.

Recordé viendo las fotografías, esos días de arrojar piedras, patear las hojas secas en otoño, las llamadas infinitas a la hora del almuerzo, porque me conoces tan bien, que el almuerzo es la hora más solitaria, pero tú eras la perfecta compañía, ¿acaso lo olvidaste también?

Y sigo inventándonos excusas, que la vida de adultos es demasiado ajetreada. Entre los deberes, la tarea de los hijos, sacar el perro a pasear o jardinear. Y así nos perdemos en los minutos que nos ofrece un solo día y, cuando recordamos que existimos, ya se hace demasiado tarde para devolver el llamado.

Y paramos de la medianoche al amanecer, pensamientos que migran desde la razón al corazón, pero cuál es la lógica, si nos seguimos olvidando sin querer, porque no quiero seguir siendo otra de las anécdotas que cuentas en el after office, recordando que existimos y olvidamos nuestra amistad.

Y cuando les hablo sobre ti, pareces como ese amigo imaginario que me inventé cuando tenía cinco años. “Muérete, Fred”, se estaría cagando de la risa, a carcajada limpia, quizá decepcionado, porque la vida adulta nos ha dejado agotados y sin sueños que perseguir, pero abandonaría todo sueño por planificar otro viaje contigo. Un ring ring raja, una salida de copas, otra vuelta al parque, aunque sea para quejarme y burlarnos de nuestra vida amorosa, porque quejarnos se nos da tan bien.

Solo quiero decirte que te extraño.

Me rebelo contra el silencio, pero, cuando reúno el coraje y las palabras precisas, la garganta se me cierra y la decepción se apodera de mi espíritu.

¿Fue así de fácil dejarnos ir? Porque, qué pasó con nuestro amor por siempre.

Esta noche, tomaré todas las excusas y voy a lanzarlas al mar, amarradas a un ancla, y el mar de preguntas seguramente va a rugir atormentado, dejándonos a la deriva, navegando por la cresta de la ola, hasta naufragar a tu orilla.

Estoy cansado de las excusas, ¿y tú?

En días como hoy, cuando discuto contigo en mi imaginación, estás parado frente a mí y te pregunto: ¿Qué nos pasó? Y me respondes que la vida pasó demasiado rápido y nos atrapó. Que es un juego al que no le seguimos las reglas, pero la única regla es que no hay reglas y lo mejor es improvisar.

En fin, te necesito, querida amiga. Ya, ¿nos podríamos abrazar? Que esta vida es mejor con tu compañía que celebrar en soledad.

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